Ese power metal americano que nada tiene que ver con lo que luego se llamó power metal en Europa sigue con cierto grado de salud gracias a formaciones como METAL CHURCH. En su tiempo fueron una banda influyente a la que faltó poco para dar el salto al estrellato. Su falta de adscripción a un género, el thrash metal, que entonces empezaba a arrancar los dejó apartados de las mieles del éxito. Sin embargo, han seguido una carrera con altibajos, cambios de formación y períodos de descanso que, por otra parte, consigue que el fan medio no se olvide de ellos. Después de uno de esos períodos de sequía en que su líder, el guitarrista Kurt Vanderhoof, ha pasado un tiempo con su banda de rock progresivo Presto Ballet, METAL CHURCH vuelven con un disco más o menos en la línea de los dos anteriores. Power metal, como decimos, a la americana, buenos trallazos de batería, guitarras potentes, solos casi perfectos, voz cazallosa y, en definitiva, todo el arsenal que bandas veteranas en la escena metálica ofrecen desde siempre. Valga como ejemplo el tema que da título al redondo y que recuerda a los tiempos de sus primeros discos, en aquellos ya lejanos años ochenta cuando los gobernaba la voz del malogrado Wayne. Por cierto que el señor Ronny Munroe parece haberse decantado por imitar hasta cierto punto las tesituras de su remoto predecesor. Quizá uno de los cortes más meritorios del cedé sea el extenso “Noises in the wall”, canción casi progresiva por sus estructuras y que representa ese terreno en el que METAL CHURCH siempre se han movido con soltura: los medios tiempos que tienen mucho de metal y lo justo de balada. El artefacto, no nos engañemos, tampoco es algo para echar cohetes, pero, miren, como pretexto para una gira no viene mal este disco, y siempre se podrá encontrar en él, al menos, dos o tres cortes que los definan en ese directo que, como sabemos, es su medio natural.
(Emilio Morote Esquivel)
