La huida de Ed Mundell de la banda MONSTER MAGNET ha hecho, tal vez, al señor Wyndorf replantearse algunas cosillas en cuanto al futuro del grupo. Estuvieron a pique de convertirse en estrellas con aquel lejano «Powertrip», pero de eso hace ya mucho tiempo. El genio Wyndorf tiró por el lado heavy metal y parece que la cosa no le ha ido demasiado bien. Y eso que los discos que ha ido sacando en los últimos años son algunos de ellos una pasada. Pero, como decimos, el rollo del metal no parece que le esté reportando demasiados beneficios. El público opta por ignorarlo y por eso el señor Wyndorf, con un nuevo guitarrista como apoyo (la banda tiene, nada menos, tres para ir dando guerra), se ha marcado un disco que lo devuelve, oh sorpresa, a su primera época, la de «Dopes to infinity» y todo aquello del space rock con influencias, sobre todo, de los míticos Hawkwind. Pero, ojo, que nadie se llame a engaño, el redondo tiene mucho de psicodelia espacial y marciana pero también de temas con guitarreos que le dejan a uno con los sesos hechos ajo arriero, o sea que los que gusten de MONSTER MAGNET en su versión ruda y cruda, aquí van a tener donde agarrarse. Y si no nos creen, escuchen con atención el megamogollón del tema que da titulo al trabajo: casi diez minutos de despiporre cañero a tope que no hace prisioneros y que acaban con la cordura del más pintado. Estuvieron a punto de ser la última gran banda del rock, el último grupo que llenaba estadios sin ser un montaje publicitario. No hubo esa suerte y Wyndorf ha acabado en el circuito de locales de mediano y pequeño aforo. Eso, desde luego, no ha afectado a la calidad de sus composiciones; más bien, creemos, ha resultado todo lo contrario. Si hacer buenos cedés es la contraprestación por no haberse convertido en millonario, bueno, quizá es algo que no le consuela al señor Wyndorf, pero nosotros, los consumidores, salimos ganando. Ya saben: MONSTER MAGNET siguen ahí, dando guerra. Y nosotros nos alegramos.
(Emilio Morote)
